sábado, octubre 30

Barco musical, proa de coros, popa de teclados.

Aun no sacudo la euforia que me produjo Gorillaz en San Diego. Este es EL concierto que esperaba, aunque se que pude bailar mucho mejor en el humedo cesped de Coachella, dar vueltas, brincar mas alto y revolotear los brazos como ave en su primer vuelo. Coachella no fue, no pudo ser. Este concierto me recordo los conciertos espontaneos, como casi todos me ocurren, de un dia para otro de la noche a la maniana, de la tarde a la noche. De esos que salen entre los recobecos de las bolsas cuando vas a dormir y suenias con la feria del mandado. No acostumbro ser fan musical, mis grupos preferidos se cuentan con los dedos de una mano, este era uno de ellos. La playa artificial en pantalla de chorromil lumenes, un estadio holgado en asistencia, gringos y mexicanos entre humo herbal, ninios, mayores y treintianieros. Camisa de rayas de ellos y nosotros (mi consciencia seguramente eligio el atuendo, no existen casualidades). Los marineros musicos, que hacian silbar su instrumento en hilera de uniformados, los metales. Las jovencitas en grupo de violines llorones, pegadas al protagonista de la noche, la pantalla gigantezca, visuales espectaculares. Las percusiones, con toque arabesco. El hip hip, el rap, el pop son las olas que chocaron en las bocinas. Una gran campana gigante casi en el centro del escenario, barco musical, proa de coros, popa de teclados. Se vislumbraban pequenios caos particulares en aquel orden general. 23 piezas para comerse de una a una con o sin vaso de cerveza al lado. Muchachas cayendose de hileras arriba, asientos vacios que ampliaban la pista de baile. Un cantante que era feliz haciendo lo suyo, tan suyo, tirandose al publico. Tracks de un cd convertidos en realidad. Estados de animo generales en vivo y en directo. Borbotones de luces que embriagaban a la audiencia sin cesar. Todo era mejor que un suenio. Todo era mejor que todo. Yo era todo, y todo fue yo esa noche.

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