La Rumorosa, cerrotote que está donde inicia-termina mi ciudad, ha sido desde siempre una barrera en mi mundo, tanto psicológica como geográfica. Recuerdo haberla cruzado por horas, cuando aún no se convertía en doble carril, durmiendo lagos sueños en ella, vomitado decenas de veces y no sólo en mi etapa de niña.
El sábado 11 de noviembre de 2006 estuve al volante por vez primera para cruzarla: un gran reto que me había trazado desde hace varios años atrás.
La Rumorosa, donde las piedras nos miran, como cuenta Monay, la que tiene rocas con formas maternales, como dice Aglae Margalli, la que es un cerro de bolas para hacer tortillas gigantezcas como escribió Mónica González, estaba ahí y era mi nueva meta. Debía agarrale el saborcito, como lo hizo el socólogo Jesús Galindo, cuando la cruzó, y de repente pidió al chofer del auto parara, bajándose a probar, a soborear con sus papilas gustativas el polvo rumorosiano.
Y no hubiera sido una verdadera meta para mí si es que antes no reconozco que padezco de agarofobia. Mis recuerdos más antiguos de mi miedo a las alturas datan de los viajes en mi niñez, con ese defiladero de autos y trailers de todos los colores, contándolos para ver el número exactode los que recienetmente habían caído al precipicio, e incluso, inventareándolos por colores.
Un poco más grande, floreció ese miedo en los viajes a Disneylandia evitando las grandes montañas. Después, ya adolescente, se consolidó mi pánico en los conciertos rockeros en las últimas filas de la Plaza de Toros. Ahí sentía que no podía manejar esa sensación de que el vacío te aspire, y justificaba en cualquier momento terminar con ese conflicto con un simple salto desde la última y más alta fila hasta el ruedo mismo, algo así como Cameron Díaz termina con sus celos hacia el personaje que interpertó Tom Cruise en "Ojos bien cerrados" dándo un simple giro al volante en un puente.
Hace dos años, por motivos de trabajo, me asignaron un chofer para trasladarme por ese paraje. Mi autoconfianza creció cuando a unos cuantos minutos de iniciar la travesía, en la última colonia antes de subir, miré su mano derecha mutilada: sólo le quedaban tres dedos. Durante los minutos de subida nos contó su tragedia en una fábrica, dónde lo asignaron a un nuevo puesto sin capacitación, lo peor que nos contó fue su trato en el Seguro Social, ahí donde el tiempo no es indispensable para una recuperación o para aminorar accidentes.
Durante los tres últimos años, al subir La Rumorosa, he escuchado en más de dos ocasiones el triste relato de mi acompañante describiendo esos días en que pedrió a un ser querido ahí, ella lo contaba seriamente agarrando bien el volante. El último sueño que tuve y que se desarrolló en este escenario, fue hace tres semanas, donde ella, ahora era mi copiloto y yo llevaba el auto, como siempre ha querido que sea. Ese sueño, obviamente era una pesadilla y más aún, cuando el auto cayó al vacío. Era en blanco y negro y plásticamente tenía mucho de M.C. Echer, ese extraordinario dibujante, autor de la ilustración que acá pongo y que algunos se atreven a decir, de manera por demás polémica, que este dibujo es nada menos que La Rumorosa.
Ahora, me gustaría que un experimentado chofer de autobuses me indicara las figuras en piedra que observan los que la conocen como la palma de su mano, y que ellos mismos las han bautizado.
Me he dado cuenta que, a pesar de cumplir mi meta, mi agarofobia permanece. En mi procupación por manejar atenta al volante, se le ha unido mi tristeza por no disfrutar la planicie de mi ciudad, enmarcada por un cementario marino, donde ahora los peces somos nosotros. Supongo que tiene algunos miedos tienen sus ventajas, y creo que la he descubierto.
P.d. 2. La Real Academia aceptó las palabras internet, chat y salvapantallas. Nomás para que sepan.
2 comentarios:
Wow..mi meta tambien es pasar La Rumorosa manejando.. me causa un miedo terrible e imponente. Algun dia lo lograre..
Yo amo la Rumorosa (es como mi segundo hogar) y algún día postearé acerca de ella. Ya lo he hecho, pero ahora mejor...
Atte.
BadBit
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