viernes, octubre 27

La exposición es nuestra: Crónicas de una niña en vías de ser promotora cultural

De pequeña inauguré una exposición, una de Emiliano Zapata. A veces lo digo con mucho orgullo, frente a promotores culturales infantiles, otras no tanto, por la situación en que lo hice.


Ciertas experiencias marcan tu vida y te construyen. Supongo que esta es una de ellas y quise quedarme ahí, refugiarme, para el resto de mi vida, o por lo menos una parte de ella, como lo es en mi presente y ya, con tanto año encima, buena parte de mi pasado. He aquí ese episodio de mi infancia.


Me insertaron en una nueva escuela primaria pública, justo en el sexto año, cuando todos se conocían, habían hecho amigos luego enemigos y luego amigos nuevamente. Y en esas estaban.


Yo, niña de 10 años, venía de una escuela primaria privada. Se necesitaron unos cuantos días para disfrutar del nuevo ambiente de libertad de aquellos salones en primer piso, de los juegos grupales, de la carrilla con los niños, de los juegos deportivos no obligatorios, de las manchas de salsa “amor” en la camisa, de las fiestas en casa de alguien, todo era ganancia. En cuanto al estudio, no tuve mayor problema, mis calificaciones eran las mejores del grupo, venía entrenada con la exigencia y rigor que las monjas establecen. Sin embargo, ese carácter eficiente tuvo que ser la causa de algunos problemas. Ahí les van.


Oh, sí... yo era la más inteligente de todos en mi salón, y eso pesaba demasiado, después de ser la más introvertida de la escuela de monjas. No me gustaba que me señalaran como “la niña más inteligente” o “la de mejor promedio”, eso en realidad me podría merecer muchas envidias y en mi afán integrador, era lo menos que podía ayudarme. Hasta que descubrí el otro filo de la navaja.


Afortunadamente, me tocó ser de las primeras generaciones en las que los profesores iniciaron el acercamiento de los niños a la cultura. Mi maestra, Rosa Elena Andrade Marín, le abrió las puertas del salón a un promotor que era idéntico a Santa Clós, por lo que con su sola presencia emocionaba al salón entero. Él era Pedro González. Interrumpía la clase de matemáticas para platicarnos lo que haríamos ese día. Nos llevaba al Museo a ver películas raras y un tanto aburridas, sobre la historia local. Pero una vez, nos emocionó mucho, porque iríamos a la inauguración de una exposición de Emiliano Zapata.


Y ahí estábamos la chamacada, intentando de tragarnos nuestro ímpetu como los churritos enchilosos que nos comprábamos en el puestecito a la hora de recreo. Todo viaje escolar pone a los corazones latir más rápido, quién sabe qué sorpresas nos depararía el viaje. Nuestro trayecto no era el tradicional, no eran mis antiguos viajes en autobús a Disneylandia, aunque eran similares a esas salidas a la iglesia a dejarle los primeros viernes del mes, sus flores a la virgen, donde en doble fila india íbamos caminando unas cuatro cuadras a nuestro destino. Y ahí íbamos a lo desconocido… al Museo.


Llegamos y nos situaron en una sala grande mientras los mayores se organizaban. De pronto alguien llegó y nos dijo “A ver niños, tienen que ponerse de acuerdo y elegir entre ustedes a alguien para que corte el listón”. La mayoría éramos niñas y, obviamente, la mayoría dicta qué hacer. Todas las chamacas estaban enternecidas por un chaparrito del salón, de nombre Omar. Él era simpático, inteligente y hasta facciones lindas tenía: unos ojos pispiretos y una sonrisa galante. Por su estatura sabíamos que si tuviera novia sólo sería la más peque de nosotros, nuestra amiga Yasmín. Aún así, nos enternecía el corazón a todas. Por eso su nombre saltó para que cortase el listón rojo. Por fin no le hicieron caso a la organizadora a elegir “la más lista” del grupo y no me voltearon a ver, nuevamente, a mí. Aunque sucedería algo que no estaba previsto.


Éramos como 25 niños y ya había llegado el fotógrafo del diario “la Voz de la Frontera” y todo se apresuró, nos acomodaron como pudieron por estaturas para la foto oficial, y yo, que no soy ni chaparra ni alta quedé justo en medio del grupo. Y en eso, se acerca la directora del Museo con la tijera en mano, se para frente a mí y voltea al grupo diciendo: ¿Quién va a cortar? Nadie se atreve a contestarle a la imponente señora directora. Hay empellones, muchas voltean a ver a Omar, pero por chaparro se pierde entre las piernas de sus amigos más altos y por tímido nunca dijo “¡Yo”!. Y la directora me mira a mí extiende su tijera y ¡claro que la tomo! ¡A cortar es ha dicho!. Nadie me reclamó, ni me miró feo, comentaron solamente de la confusión y nunca me echaron la culpa de nada, porque sabía que por mis calificaciones lo merecía y no fui hacia las tijeras sino que las tijeras llegaron a mí y me fue muy difícil sacar un “No, gracias” de mi boca, muy difícil, porque todo era emoción, porque yo sería la que con mi corte dijera “¡Adelante chicos! ¡la exposición es nuestra!”


Finalmente la exposición estuvo muy buena, muy diferente a la sala de historia regional que tenía su exhibición permanente, segmentada por orden cronológico. Lo mejor era el cuarto oscuro, frente a espejos y con unos focos de neón retorcidos con el perfil de campesinos, se reproducían decenas de sombrerudos. Una gritadera cuando se entraba ahí.


Al día siguiente salí en primera plana. La foto está actualmente en hemeroteca.




Por primera vez en ese grupo, sentí que tomé la decisión correcta, aunque me llegué por unos instantes solamente a sentirme injusta frente a la decisión de mi grupo. La emoción me ganó y por primera vez sentí que me lo merecía, que unas simples tijeras harían más feliz a una niña tímida que al carismático Omar. Yo rompería listones rojos y él corazones.


Desde entonces, busco las galerías, los museos y espacios similares y hay una vocesita en mi cerebro que dice ¡Adelante chicos! ¡La exposición es nuestra!



Ahora, por mi trabajo, veo frecuentemente a mi maestra Rosa Elena, y me abraza exclamando mi nombre, como con nostalgia. Luego veo a los niños en camiones ecolares bajando al lugar donde trabajo, en nuestros patios elaborando algún dibujo, y paso la mirada entre ellos con la esperanza de que para alguno, esa experiencia le signifique tanto como para mí y en un futuro pueda contarla con la emoción que yo lo hago.

6 comentarios:

Malu Herrera dijo...

muy lindo :)

Kamelie dijo...

Gracias Malu.

Fernando Hurtado dijo...

cuanta creatividad...

Vivia dijo...

Que bonitos recuerdos.. a mi me encantaba ir a museos.. Y me hiciste recordar mis tiempos de escuela de monjas.. Yupi!!..

sgenius dijo...

chuuu... ^_^ me agradó mucho... es de esas historias que te generan un 'warm fuzzy feeling' (sorry, pero no puedo traducirlo al español sin que se oiga exagerada e injustificadamente gay). XP

Jesus Manuel Sanchez dijo...

que chida experiencia, hay cosas buenas que marcan nustras vidas para siempre y esta fuemuy bonita.

que bueno que no dijiste no, y que tus nuevas compañeras no aventaron a Omar para cortarlas.

ojala encuentras no uno sino muchos niños que puedas marcar su vida como lo hicieron contigo.

Bye besos