jueves, agosto 17

Las amigas de mi abuela

Doña Raquel, la tijuanese.
Las amigas de mi abuela fueron muy buenas amigas. Empezaron siendo vecinas y después vino la amistad. Sé de dos amigas que la acompañaron hasta el final de sus días. Una de ellas se llamaba Raquel. Murió dos años después que mi abuela. Dicen que antes de irse con su gran familia a Tijuana, vivía en una casa rentada al lado de la nuestra, que por cierto estaba separa a escasos tres metros. Lo sé porque ahora también es nuestra casa. Ahora, entre las dos no hay un cerco, sino un pasillo que funciona como jardín interior, ya que sólo fue cerrado un tramo en su parte frontal. Son como unas casas siamesas pegadas por la cabeza. Cuando hace 10 años falleciera Don David, una raspadero quien la habitó por años, mi madre la compró. Entonces Doña Raquel, en una de sus tantas visitas a nuestra casa, entró de nuevo por aquella vieja puerta mientras comentaba, a los quienes ya sabían, donde estaban sus cosas y quién dormía en dónde.

Doña Raquel era una señora guapa, con unos ojos claros y pelo largo, peinado de lado y con rizos grandes, muy muy canoso. En las fotos de joven, parecía artista de cine, tomaba pose de femme fatal, sobretodo en esa fotografía en donde en una fiesta está rodeada por su esposo y mis abuelos, con dos o tres plebes alrededor colándose en la foto, entre ellos mi madre, que tendría unos ocho años a lo mucho.

Muy pronto a Tijuana se fue Doña Raquel, donde crecería su familia. Sin embargo la amistad no terminó. Desde que recuerdo, mi abuela recibía la visita de Raquel y los hijos e hijas de Doña Raquel. Uno de sus hijos vivía en Mexicali, el Güero, era nuestro albañil preferido, tenía una bicicleta con un claxón el cual tocábamos cuando no nos veía y nos daba risa su aspecto güerísimo, su tartamudeo incesante y su forma de comer sin modales la cual imitábamos cuando nos aburríamos en la mesa, y que también tomábamos como punto de comparación cuando mis hermanas no se comportaban del todo bien al comer: “Te pareces al güero”, “¡güera!" e “hija del güero” era una forma cotidiana de dar carrilla y terminar enfadando a la otra.

Los demás hijos los conocimos allá en Tijuana, cuando de vez en cuando íbamos a visitar a Doña Raquel. Entonces, en los ochenta, se hacían alrededor de dos horas para subir La Rumorosa, lo que hoy se hace en 15 minutos. Era una sola vía, con un carril de ida y de otro de venida. Ahí supe qué era “gomitar”. Llegábamos a casa de una de las hijas, que estaba casada con un aduanal, que uniformado se parecía a Luis Aguilar. Su hija, Verónica tenía una habitación con una espectacular alfombra roja. Frente a su casa en la calzada Tecnológico vi el primer Oxxo de mi vida. Supe que Tijuana tenía playa, que era de igual o menor tamaño que Mexicali y que tenía La Bola, un cine que parecía de tercera dimensión, pero diferente.

Años después, mi hermana se hizo uña y mugre de otra nieta de Doña Raquel. Por eso, junto con su hermano, nos fuimos a Rosarito en uno de esos viajes, en una playa desde donde se veía una planta de la Comisión Federal de Electricidad y de la cual nos alejábamos precautoriamente de sus aguas. El papá de estos jóvenes era taquero y siempre teníamos carta abierta en su puesto, desde entonces le agarré gusto a los tacos de cabeza.

A veces alcanzaba a mi abuela en sus vacaciones allá. La colonia empezó a cambiar un poco cuando en algunas calles pusieron cemento, no pavimento, parecía que estaba en el patio de una casa, no en una calle. Aprendí a transportarme en esos taxis en los cuales te subes por la cajuela y que te dejaban en la famosa Bola, o Cecut, como le decía la amiga de mi hermana. Un día acompañando a mi abuela a comprar sus casettes al tianguis de la colonia íbamos por las laderas de un cerro aún no desgajado y ella arrancó un pedazo de hierba, me dijo que era anís, que lo probara, a mí me supo a peptobismol y me gustó la escencia. Ahí mismo, mientras yo saboreaba aquella semilla, apuntando su dedo hacia un lugar bajo, señalaba la estatua a Colosio en Lomas Taurinas, no pensé que estuviera tan cerca.

Así era cada verano, hasta que mi abuela falleció.
Doña Tere, la desplumadora oficial de gallinas.
La familia Cirerol es un familión. Viven en la cera de enfrente y como a siete casas de la nuestra. Es la familia más grande en varias manzanas a la redonda. Doña Teresa y Don Raúl tuvieron 18 hijos y ellos los suyos, así que en cumpleaños y fiestas decembrinas se llena de carros toda esta área.

En mi infancia, y cuando mi colonia era otra, recuerdo a Doña Tere y a mi abuela sacrificar en equipo sus gallinas en mi casa. Mi abuela decía que Tere sabía desplumar muy bien las gallinas, que era muy buena en eso. La habilidad de mi abuela estaba en el machete, por lo que supongo que a ella le tocó degollarlas. Recuerdo que doña Tere se llevó las víceras junto con las patas. Mi abuela no salía de su casa, siempre que la queríamos encontrar estaba en la chorcha con Teresa o viendo las telenovelas, quizá cocinando empanadas.

Las hijas de Doña Tere tuvieron decendencia y se hizo abuela. Su casa era un imán donde siempre había tíos y sobrinos. Sus nietecitos y nietecitas iban a nuestras fiestas y nosotras a las suyas. Crecimos los nietos y nietas. Un día mi hermana se hizo novia de uno de ellos y se casó. Hoy tienen dos hijos preciosos y una foto en su sala donde estamos mi hermana niña, su esposo niño y yo niñota al lado, esperando con ansias partir un pastel.

Ayer llegando a mi casa me preguntaron:

-¿Ya supiste quién murió?
-Sí, Don Raúl
-Pero hoy...
-¿? No... ¿quién?...
-Doña Teresa.

Son de esos esposos que se debilitan con la muerte del otro, para ella, esto sólo tomó 48 horas.

Don Raúl en sus últimos delirios decía que ya había visto a sus amigos y que se iba a ir con ellos, con Ramón y los otros. Ramón era mi abuelo y murío hace 15 años. Don Raúl se puso muy mal el domingo y, curiosamente, murió el mismo día que mi abuelo: un 15 de agosto. También la muerte de mi abuela sucedió en agosto, al sacar el ataud de la iglesia el cielo se nubló y ya cuando inció la carroza su partida hacia el camposanto se soltó una lluvia, como si el cielo llorara. Se me hizo tristísimo el recorrido rumbo al entierro, decenas de vecinos salían de sus casas y negocios para la última despedida. Nuestro perro, que era un vago de primera, estaba echado en la puerta de la casa. Yo iba dentro de la carroza. Dicen que fue un funeral muy bonito.

Un buen día, en mis épocas de estudiante universitaria, emprendí la tarea de realizar historias orales. Buscaba viejitos en los porches de las casas que me contaran la historia de la colonia. Como tenían mucho tiempo libre, platicábamos a rienda suelta. Entrevisté a más de 15, incluyendo a mi abuela. Mi madre me decía que entrevistara a Doña Tere, pero yo me le quedaba mirando con extrañeza frente a aquella sugerencia, ya que la historia de mi abuela también era la historia de Teresa, no habría novedad en ello. Por eso nunca la entrevisté. Aón conserva una caja de cassetes con voces de personas que ya no existen.

A Don Raúl le recuerdo su puesto de verduras, oficio que compartió con mi abuelo. Un señor rubio, alto y de gran sombrero. El negocio en casa no le resultó: la familia la vaciaba frecuentemente.

Me gustaría tener amigas como las de mi abuela que si un día se van de la ciudad nos sigamos visitando y que nuestros hijos y nietos se hagan amigos y si quieren hasta se casen. Esos fueron los vecinos de antes.

Update: Doña Tere murió sin saber de la muerte de Don Raúl. Dicen que cuando una pareja están tan unidos, su ciclo de vida se iguala. Dicen.

6 comentarios:

Vivia dijo...

Hijole... que bonito es contar sobre los abuelos verdad?.. Mi abuelo tenia un vecino y todas las tardes se ponian a platicar.. el sr. murio y a los 3 años mi abuelo fallecio... Cuando enterramos a mi abuelo .. nos dimos cuenta que.. a un lado de su tumba.. estaba nuestro vecino, su amigo!!! Ahora estoy segura.. platican todas las tardes.. como antes lo hacian.

Kamelie dijo...

Sí Vivia, esas extrañas coincidencias causan escalofrío.

Brizza Ortiz dijo...

Este es un gran ejemplo.

Una fascinante historia en una redacción tan limpia e interesante, que no importa lo extenso del texto.

Gracias por platicar tan rico.

Tapiocadas dijo...

Parece que las abuelas escogieran bien a sus amigas :s solo me queda decir. igual a mi abuela, igual a mi abuela.

Bioariel dijo...

yo no tengo experiencias similares que platicar, pero si tengo recuerdos de platicas extensas con mi abuelo mientras jugábamos ajedrez...hasta ahora he visto a mis abuelas como personas solitarias, solo acompañados por sus hijos y nietos, pero confieso que me soltaste una lagrima gratificante al leer tu post.

Miguel Lozano dijo...

Me imagino que estas, en parte, son las muertes en cascada de las que hablabas.

Yo tenía muchas ganas, hace tiempo, de hacer esas entrevistas a señores mayores como hiciste tú. Algún día lo haré.

Atte.
BadBit