martes, diciembre 7

Julia la brujita y Ayri la nadadora.

Con este frío en el desierto nada de ganas dan de estar en una alberca. Airy, mi sobrina de ocho a?os, nada a pesar de los 5 grados centígrados de afuera y del cielo oscuro de las 6:00 de la tarde. Nada como una sirena, como una atleta olímpica en pleno concurso, como en el día más caliente del verano pasado.

De ni?as íbamos a la ciudad deportiva a las albercas. 15 minutos hacíamos de nuestras casas a las puertas del paraíso. Éramos un montón de chamacas todos con sus bolsas y mochilas, con las toallas a veces raídas o en otras llenas de colores. Diana, Elvia, Isela, Martiza, Celeste y Flor. Nuestros shorts, bikinis y trajes de ba?os, nuestras chanclas, lentes y gorras. Fueron algunos veranos, después fueron las tareas, simplemente la flojera o el salir los fines de semana con la familia lo que dejó en segundo plano nuestro pasatiempo. Hasta que corrió la voz por la colonia.

Celeste decía que fuéramos a la alberca de Julia, que nos invitaba. Julia era la compa?era de clases de mi hermana y había ido algún par de veces a nuestra casa. Era morena, digamos que guapa, delgada, espigada, ojos rasgadones y grandes, apacibles igual que su voz, pero sabíamos que no era una ni?a muy normal, era hija de una bruja. Ella vivía a cuadra y calle de nuestra casa, la suya era gris y de las pocas que eran de dos pisos en nuestra colonia, tenía pocas plantas... pero ahora tenía alberca. Sus vecinos Noé y Jesús "el ?eco"(y los nuestros) eran amigos de nosotras, las chamacas de la "Colombia", decían que Do?a Julia en el segundo piso tenía su "oficina" que ahí hacía limpias, que estaba oscuro y tenía plantas y huevos para ponerlos en vasos y sacar lo malo que te hicieron con otra bruja otras personas. Julia vivía con su papá (de quien sólo recuerdo les puso la alberca) y sus dos hermanos a quienes les decíamos "los fetos" no precisamente por guapos. Su mamá era igual a ella, a Julia, con los mismos cabellos largos largos, con una mirada igual pero rellenita y cabello entrecano y esponjado, siempre suelto.

La verdad la mayor parte de las veces quisimos atrevernos a entrar a su casa, pero nunca nos invitaba, hasta ahora. Julia y los fetos invitaron a toda la colonia Cuauhtémoc. Y ahí estábamos. Media chamacada en aquella súper alberca. Los muchachos se tiraban de la barda como trampolín. Y nosotras, casi adolescentes se supone que cubríamos nuestros cambiantes cuerpos con grandes camisetas. Ahora sé que no servía de nada. Total: cambiamos la ciudad deportiva a la alberca de la casa de Julia. Confiábamos que los índices de cloro fueran los aceptables, aunque siempre nos decían que nuestras camisetas se echaban a perder con el cloro. Confíabamos que la mamá de Julia, Do?a Julia, no nos iba a hacer ningún hechizo, por lo que nos íbamos antes de que el sol se metiera. Soportamos a sus hermanos y después hasta nos cayeron mejor. Hasta llegamos a pagar los cinco pesos como entrada por tiempo ilimitado en su alberca. Fueron varios fines de semana. No recuerdo porqué dejamos de ir. No lo sé, quizá porque aturdimos a sus papás, porque se descompuso la alberca o porque el invierno llegó. No me acuerdo, no hay recuerdo. No conocí a Julia de adolescente, creo que se cambiaron de casa.
Hoy pasé por ahí, de casualidad, y voltié para ver que novedad había, quiene vivían o de plano si ya los vagos la habían destruido: era la misma casa gris por la que entré aquellos días, pero sin cortinas.

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