lunes, junio 1

Tú a través del telescopio.

Y nos seguimos acompañando, carro a carro, en las noches rumbo a casa. Mi casa ahora es otra, pero seguimos en la ruta. Me sigues acompañando y mientras nos regalamos miradas transvehiculares sonarán las bocinas con alguna melodía, a veces, cada quien su melodía, pero esta noche era una letra de las más conocidas. Yo cantaba lo que la sintonía daba: datwan dat maikme laf shesaid y tú, dijiste en voz altísima pero sin gritar: 98.3 señalando la radio. Coincidimos, como muchas ocasiones. Y luego, la última esquina, en la que tu doblas antes de hacer una larga pausa, fijar tu dispersa vista en mí y terminal el ritual, que a veces extrañamos, lo sé porque sí. Nuestras despedidas.

Tu calle fue mi calle, sigue siendo mi calle, porque tanto años, tanta historia heredada de mi abuela no me la quitan de mí. Un camellón nos dividía. Una calzada le quitaba el nombre del prócer de la Revolución y la convertía en un país. Era todo... pero era la misma calle. Podría salir de mi casa, caminar tres cuadras en forma lineal y ya hubiera estado frente a la tuya. A veces pienso que la ventaja más grande fue que me tenías demasiado cerca, como al Oxxo de la esquina de tu casa. Malo. Recuerdo el telescopio con el que mi padre me enseñó a leer, un pasatiempo divertido que se convirtió mi juego infantil: pa-na-de-rí-a, Cri-crí, creo que mejor método didáctico no existe. En otras noches también con ese instrumento miraba a las estrellas y la luna. Pero después, en la pre-adolescencia, con mucha práctica lectora y aburrida del firmamento, mis intereses cambiaron drásticamente: empecé a buscar príncipes azules desde la banqueta de mi casa. Hubiera deseado tener un balcón, pero de este lado del camellón, pocas casas eran de dos niveles. Entonces, sacaba el telescopio y lo enfocaba rumbo al oeste, allá donde vives, y me imaginaba que me encontraría a chicos guapos. Quizá te miré a ti, quizá eras tú a quien miraba en los últimos años de vida a través del regalo más longevo de mi lejano padre. Tú a través del telescopio, allá donde mi calle pierde su nombre y nace otra la calle: la de los príncipes. Así que, aún vivo perdida en cuentos de hadas y eso que apenas Robert Smith ha terminado de decir just like heaven.

1 comentario:

Tapiocadas dijo...

ya puedes morir en paz